Poesía religiosa
DIOS SUFRIENTE
Arrastras el pesado madero por el mortal sendero, no pueden tus rodillas, cayendo 3 veces la Luz Divina.
Tu Madre, con el corazón encogido, te sigue entre el gentío, soporta todo tipo de insultos, hostilidad de personajes inmundos.
Piel llena de heridas, sangre de las espinas te cubren la faz, la cual miraba al interior humano con humildad.
Algunas mujeres te acompañan, sienten dolor en sus entrañas, Tú les ofreces consuelo, aconsejándoles no llorar por el Santo Cordero.
Tus pies magullados van marcando el camino hacia el Calvario del martirio donde padecerás el suplicio romano.
Un labrador se cruza contigo, regresa al hogar tranquilo, después de una dura jornada, le obligan a cargar con la cruz atormentada.
Tu boca, sedienta de acogida, en estos años te has acercado a todos sin medida, ofreciendo esperanza a los más rechazados de la sociedad, ni siquiera podían acudir al Templo a rezar.
Llegas al lugar señalado donde te rasgan las vestiduras, a excepción del manto de única costura, echándolo a suertes los soldados.
Escena de intenso quebranto al clavarte en el leño amargo, te perforan los tendones, vertiéndose sangre a borbotones.
Tu corazón, débil por momentos, elevas la voz al Cielo, pides perdón al Padre Eterno por los causantes de este tormento.
Incluso un malhechor, crucificado a tu lado, comprende la inocencia del corazón, arrepintiéndose de sus pecados.
Presagias el final, reclamas algo de beber, cuando te empapan los labios, terminas expirando.
El mundo grita con desesperación, en el sufrimiento más horrendo entregas tu Espíritu de amor, pastor de las ovejas descarriadas, guía de todas las armas.
Marisa Calvo
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