Introducción
La Biblia fue el primero y más importante libro litúrgico que se usó en la
celebración desde los orígenes. La escena de los discípulos de Emaús se
considera como el esquema de las celebraciones de los primeros cristianos. Los
distintos pasos de la narración representan así: habla de Moisés, de los
profetas, que representaría la liturgia de la Palabra, después el Maestro les
explica caldeando el corazón de los discípulos -la homilía-, que forma la
Liturgia de la Palabra, y finalmente se sientan en la mesa para realizar la
fracción del Pan y comer (sacramento).
San Justino, hacia el año 155, ha dejado escrita la más antigua descripción
de la celebración de la Eucaristía dominical. Comienza con la liturgia de la
Palabra:
"El día que se llama del Sol se celebra una reunión de todos los que habitan
en las ciudades, en los campos, y allí se leen en cuanto el tiempo lo permite,
las Memorias de los Apóstoles, los Escritos de los Profetas.
Luego, cuando el lector termina, el presidente, de palabra, hace una
exhortación e invitación a que imitemos estos bellos ejemplos.
Seguidamente, nos levantamos todos y elevamos nuestras plegarias. Cuando se
termina, se ofrece... "
La Proclamación de la Palabra es un hecho constante y universal en la
historia de la liturgia cristiana. No hay familia litúrgica que no tenga sus
leccionarios en los cuales se ha distribuido la lectura de la Palabra de Dios.
Por ello el Concilio afirmó:
"En la celebración litúrgica, la importancia de la Sagrada Escritura es
sumamente grande. Pues de ella se toman las lecturas que luego se explican en la
homilía y los salmos que se cantan; las preces, oraciones e himnos litúrgicos
están penetrados de su espíritu y de ella reciben su significado las acciones y
los gestos" (SC 24).
La Biblia no sólo nos ofrece las lecturas y los salmos, sino también las
plegarias y las oraciones. Incluso el significado de los gestos y de las
acciones sacramentales han sido tomados del simbolismo bíblico. No se
comprenderá la liturgia sin comprender la Biblia.
Mirando la estructura de la parte de la Palabra de Dios, llamada Liturgia de
la Palabra, vemos que es un diálogo entre Dios y nosotros. En este capítulo
trataremos del primer interlocutor: Dios: Dios nos habla. En los dos siguientes:
la respuesta del pueblo.
La Palabra de Dios en la Historia de la Salvación
Para tratar el tema de la Palabra de Dios, tomamos como base el documento
sobre la Palabra que publicó el Concilio. Es la constitución "Dei Verbum", que
quiere decir La Palabra de Dios (DV de aquí en adelante).
La presencia de la Palabra en la historia de la salvación es tal que al
Pueblo de Dios, objeto significativo de la salvación de Dios, se le puede llamar
el Pueblo de la Palabra de Dios.
En la historia de la salvación la Palabra de Dios creó todas las cosas y dio
vida a todo cuanto existe: "Todo fue hecho por ella (la Palabra) y sin ella no
se hizo nada de cuanto llegó a existir" (Jn 1, 3; Gn 1,3; Sal 33, 6). Los
acontecimientos de la vida de Israel fueron una continua manifestación de la
presencia de la Sabiduría de Dios.
Esta Sabiduría de Dios o la Palabra (Hijo de Dios) entró en el mundo y en la
historia de los hombres: "Y la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros"
(Jn 1, 14). Era el único que podía explicar a los hombres quién es el Padre y
hacerles verdaderos hijos de Dios.
Jesús, es la Palabra divina en comunicación con los hombres, Palabra personal
y encarnada, que entra en contacto con la humanidad físicamente, en un tiempo y
lugares determinados y concretos.
Al comienzo de su ministerio Jesús es ungido por el Espíritu Santo en el
Jordán y proclamado por el Padre como Hijo amado: "Este es mi Hijo amado, en
quien me complazco" (Mc 1, 9-1 l). En la Transfiguración el Padre nos dirá que
le escuchemos: "Este es mi Hijo amado: escuchadlo" (Mc 9, 7). El paralelismo de
estos dos textos es evidente.
La misión de Jesús es obediencia al Padre: como Maestro enseña, convierte a
los pecadores, los llama, los amonesta, como Siervo parte el pan de la Palabra y
alimente con el pan material, como Pastor cura a los enfermos, expulsa a los
demonios y resucita a los muertos.
Todo esto lo realiza con su palabra y el poder del Espíritu Santo:
"basta una
palabra tuya, para que mi criado quede curado" (Lc 7, 7; 11, 20). En todos los
signos, obrados por Cristo en su vida histórica, anticipa el gran signo que es
la muerte y resurrección, suprema palabra-hecho que hace realidad la salvación
de los hombres.
En adelante la Iglesia de la Palabra, nacida para hacer las mismas cosas que
hizo Jesús "el que cree en mí hará las mismas cosas que yo hago" (Jn 14, 12), y,
en especial, para actualizar su muerte y resurrección "cada vez que comáis de
este pan anunciáis su muerte" (1 Cor 11, 26), tendrá que ponerse a la escucha de
la Palabra.
El Espíritu Santo es prometido, como memoria viva y eficaz, para recordar
todo cuanto el Señor dijo. "Os recordará todas mis palabras" (Jn 14, 26).
Cuando este Espíritu se manifieste en Pentecostés, lo hará bajo la forma de
lenguas de fuego, para habilitar a los discípulos y a toda la Iglesia para la
predicación de la Palabra divina. La Iglesia no es elemento de salvación, sin la
presencia de la Palabra-Hecho y del Espíritu Santo. Cristo, Palabra de Dios, y
el Espíritu hacen de la Iglesia signo de salvación.
San Juan nos presenta al Hijo de Dios como el Verbo-Palabra de Dios que se
hace carne (Jn 1, 14). Y él nos invita a leer las Escrituras para conocerle a
él: "¡Qué torpes sois para comprender, y qué cerrados estáis para creer lo que
dijeron los profetas!" (Lc 24, 24-27). Cristo es el centro de la Escrituras y de
la liturgia.
El Pueblo cristiano, Pueblo
de la Palabra
La Palabra de Dios convoca al Pueblo de Israel:
"Calla y escucha, Israel. Hoy
te has convertido en el Pueblo del Señor tu Dios. Escucha la voz del Señor tu
Dios, y pon en práctica los mandatos y preceptos que yo te mando hoy" (Dt 27,
9-10). Por ello, cada año, el pueblo de Israel se reunía delante del Santuario,
ante el Arca de la Alianza, para renovar su adhesión y fidelidad.
La Iglesia es el nuevo Pueblo de Dios, también por la Palabra, por Jesús,
Palabra encarnada: "Siempre que la Iglesia, congregada por el Espíritu Santo en
la celebración litúrgica, anuncia y proclama la palabra de Dios, se reconoce a
sí misma como el nuevo pueblo en el que la alianza sancionada antiguamente llega
ahora a su plenitud y total cumplimiento " (OLM 7).
La Iglesia para acercarse a la salvación, repite con el centurión:
"Di una
sola palabra y mi criado quedará curado" (Mt 8, 8). O como Pedro: "Señor ¿a
quién iremos? sólo tú tienes palabras de vida eterna" (Jn 6, 68), "palabras que
son Espíritu y Vida" (Jn 6, 63).
María es el ejemplo más sublime, figura de la Iglesia y prototipo de la
respuesta a la Palabra: "ella la acogió meditándola en su corazón" (Lc 2, 19.
5l). En efecto, el Verbo de Dios tomó carne en su seno, convirtiendo a su Madre
en Arca de la Nueva Alianza.
Del mismo modo, cada uno de nosotros, por la fuerza del Espíritu Santo,
tenemos que acoger, escuchar, conservar y encarnar la Palabra.
El Pueblo de Dios está llamado a escuchar continuamente la Palabra de Dios y
a ponerla en práctica: "En definitiva, ¿qué dice la Escritura? Que la palabra
está cerca de ti; en tu boca y en tu corazón..." (Rm 10, 8-17). También a
preferirla por encima de cualquier cosa. A Marta que se queja por María que
estaba con la boca abierta escuchando a Jesús le dice: "Marta, Marta, andas
inquieta y preocupada por muchas cosas, cuando en realidad una sola es
necesaria" (Lc 10, 38-42).
Por otra parte, el Pueblo de Dios está caracterizado por la misión recibida
del Señor de anunciar el Evangelio a todas las gentes. Todo bautizado y
confirmado por el Espíritu Santo es ministro de la Palabra y puede decir con san
Pablo: "¡Ay de mí, si no anuncio el Evangelio!" (1 Cor 9, 16). La Palabra de Dios
no se recibe realmente, si el que la escucha no se hace él mismo mensajero del
Evangelio y portador de esa Palabra a los hombres.
Por esto, la Iglesia se edifica y va creciendo por la escucha de la Palabra
de Dios. Las maravillas que realizó Dios, en la historia de la salvación, se
hacen de nuevo presentes realmente a través de los signos de la celebración
litúrgica: "La Iglesia se edifica y va creciendo por la audición de la palabra
de Dios" (OLM 7).
Por todo ello "la Iglesia honra con una misma veneración, aunque no con el
mismo culto, la palabra de Dios y el misterio eucarístico, y quiere y sanciona
que siempre y en todas partes se imite este proceder, ya que nunca ha dejado de
celebrar el misterio pascual de Cristo, reuniéndose para leer lo que se refiere
a él en toda la Escritura y ejerciendo la obra de salvación por medio del
memorial del Señor y de los sacramentos" (DV 21; OLM 10).
El Espíritu
Santo hace comprensible y apta la Palabra
El Espíritu Santo o el Espíritu de Jesús es el gran olvidado. Sin embargo,
nadie puede decir que Jesús es Señor, como respuesta a la palabra divina que
anuncia la resurrección del Señor, sin la asistencia del Espíritu Santo (1 Cor
12, 3).
"La actuación del Espíritu no sólo precede, acompaña y sigue a toda acción
litúrgica, sino que también va recordando, en el corazón de cada uno, aquellas
cosas que, en la proclamación de la Palabra de Dios, son leídas para toda la
asamblea de los fieles " (OGMR 9).
El Espíritu Santo
• empieza a actuar en la preparación del ministerio de la Palabra,
• actúa en el corazón de los oyentes para que reciban con fe el mensaje y,
por último,
• conduce a la asamblea litúrgica a la experiencia viva de celebrar y
actualizar lo que ha sido anunciado en la vida.
"Aquel mismo Espíritu que, desde el comienzo, fue el alma de la Iglesia
naciente; el Espíritu que infundió el conocimiento de Dios a todos los pueblos,
actúa hoy" (Prefacio de día de Pentecostés).
En la liturgia la
Palabra es objeto de celebración
Decimos que en la liturgia celebramos la Palabra. Celebración es una reunión
festiva, gozosa, causada por un motivo salvador y realizada con cierta
solemnidad y ritual. Pues bien, la palabra, por su poder salvador, es motivo de
reunión festiva y gozosa.
Con la Palabra de Dios, tomada como letra, podemos hacer varias cosas:
leerla, decirla en alto, explicarla, estudiarla, hacer oración con ella,
reflexionarla, anunciarla, vivirla, celebrarla, etc. A cada una de estas tareas
le corresponde una actividad: exégesis, catequesis, evangelización, celebración,
etc. La liturgia es un lugar privilegiado donde la Palabra de Dios suena con una
particular eficacia, pues en ella Dios habla a su pueblo y Cristo sigue
anunciando el evangelio (SC 33). Por esto decimos que en la liturgia la Palabra
la proclamamos, y no la leemos. Porque los destinatarios no son los fieles
aislados, sino el Pueblo de Dios reunido y congregado por el Espíritu Santo.
Pero en este punto queremos decir algo más. Afirmamos que la Palabra en la
liturgia no es para explicarla, sino para celebrarla. Celebramos la Palabra por
la presencia de Cristo en ella. La presencia de Cristo es siempre salvadora y
esto hace que sea motivo de celebración (OLM 4). Celebramos, por tanto, la
Palabra porque
• la Palabra de Dios, proclamada en las celebraciones, constituye uno de los
modos de la presencia real del Señor entre los suyos: "Él está presente en su
palabra, pues cuando se lee en la Iglesia la Sagrada Escritura, es él quien
habla" (S C 7).
• la celebración de la Palabra de Dios en la liturgia responde a esto: los
hechos y palabras revelados en la Escritura siguen siendo válidos aquí y ahora.
Dios dispuso de tal manera el plan salvífico que éste se desarrollase
eficazmente no sólo en los acontecimientos que culminaron en Cristo, sino
también en el tiempo que habría de venir después, es decir, en la liturgia.
Expresiones
Y esto que creemos y vivimos lo expresamos de esta forma:
• Hacemos celebraciones de la Palabra. El Concilio los recomendó (SC 35, 4;
109). La Palabra de Dios tiene fuerza salvadora porque proclama el desarrollo
del plan salvador de Dios "La misma celebración litúrgica, que se sostiene y se
apoya principalmente en la palabra de Dios, se convierte en un acontecimiento
nuevo" (OLM 3).
• Se ha creado un lugar para la Palabra: el ambón. "En la nave de la iglesia
ha de haber un lugar elevado fijo, dotado de la adecuada disposición y nobleza,
de modo que corresponda a la dignidad de la Palabra de Dios y, al mismo tiempo,
recuerde con claridad a los fieles que en la misa se les prepara la doble mesa
de la palabra de Dios y del cuerpo de Cristo" (OLM 32)
• Se cuidan los libros para la proclamación de la
Palabra. "Hay que procurar
que también los libros, que son en la acción litúrgica signos y símbolos de las
cosas celestiales, sean realmente dignos, decorosos y bellos" (OLM 35; SC 122).
"Los leccionarios que se utilizan en la celebración, por la dignidad que exige
la Palabra de Dios, no deben ser sustituidos por otros subsidios de orden
pastoral, por ejemplo las hojas que se hacen para que los fieles preparen las
lecturas o para su meditación personal" (OLM 37).
• No la sustituimos. Por todo ello, afirmamos que ninguna otra palabra tiene
la dignidad ni categoría salvadora de la Palabra de Dios. "No está permitido
que, en la celebración de la misa, las lecturas bíblicas, junto con los cánticos
tomados de la Sagrada Escritura, sean suprimidas, mermadas ni, lo que sería más
grave, substituidas por otras lecturas no bíblicas" (OLM 12).
• Nos impulsa al estudio de ella. Si la Palabra de Dios se comunica a los
hombres en la liturgia (DV 25) y si la Palabra da significado a toda a toda la
acción litúrgica (SC 24) es necesario el estudio y la lectura de la Sagrada
Escritura.
Función de la Palabra en la
celebración
¿Cuál es la función de las lecturas bíblicas? ¿Por qué hay que leer la Biblia
cuando se celebra la Eucaristía?
Es verdad que los cristianos no hemos sido bautizados para leer la Biblia,
sino para entrar en la alianza salvadora de Dios. Pero desde primeros días del
cristianismo la celebración, que terminaba con la comida, empezaba con la
proclamación de la Palabra. Es la garantía de esa Alianza: celebramos las obras
salvadoras de Dios con una comida. Pero como esta obras salvadoras de Dios se
han escrito, primero las recordamos, las actualizamos, y después, pasamos a
pedir la actualización de la gran obra salvadora de Dios (en el sacramento) y
terminamos comiendo, comida que manifiesta el acercamiento de Dios. Así fue en
Ex 24, 1-11. Así fue también en Lc 24, 13-35.
Por tanto la liturgia de la Palabra no es:
• ni un tiempo de lecturas atropelladas colocadas antes de la
Eucaristía
mientras llega la gente;
• ni una instrucción que después concluirá con los ritos eucarísticos.
La Liturgia de la Palabra
• es la primera mesa de la celebración.
• como celebración que es, recuerda y actualiza la fuerza salvadora de Dios
en la historia, invita acogerla y a responder en la propia vida personal y
comunitaria.
La Palabra nos prepara al
sacramento
El encuentro de los discípulos de Emaús
con Jesús Resucitado tuvo dos momentos
muy expresivos:
• en el camino les contó y les explicó las Escrituras para que
entendieran su
sentido
• y luego comió con ellos, partiendo el pan y dándoselo.
Este doble encuentro con el Señor es todo un símbolo (el modelo) que se
repite en nuestras Eucaristías: Palabra y Sacramento, anuncio y realización.
Este doble encuentro se repite también en todos los demás sacramentos. No hay
sacramento sin Palabra. Lo primero es lo que Dios nos dice y lo segundo, lo que
hace.
Las dos mesas
En la Eucaristía, Cristo nos invita a una doble mesa: la mesa de la Palabra y
la mesa del pan y del vino. Cristo es Palabra (Verbum) y Pan y Vino. Las dos las
aceptamos y a las dos respondemos: "Te alabamos, Señor" o "Gloria a ti, Señor
Jesús" o "Tu palabra, Señor, es la verdad, y tu ley nuestra libertad", o "Tu
palabra, Señor, es lámpara que alumbra nuestros pasos" o " Tu palabra, Señor,
permanece por los siglos" (Misal n° 426); o con el "Amén" en la comunión.
La palabra proclama la Historia de la Salvación obrada continuamente por
Dios. La Eucaristía celebra esa misma Historia en su punto culminante: la muerte
y resurrección de Cristo Jesús, es decir, el Misterio Pascual.
Lo que la primera proclama y ya hace presente, la segunda lo realiza en
plenitud, llegamos a participar del Cuerpo y Sangre entregados de Cristo.
La Palabra crea en la asamblea una actitud de fe y de acogida. Sólo así tiene
sentido después la celebración del sacramento, que es signo o sacramento de
nuestra fe, no un gesto mágico.
Más aún: la Palabra inicia la actitud de entrega y obediencia, que es más
expresiva en la comunión. La adhesión obediente a la Palabra de Dios tiene un
carácter de ofrenda personal al proyecto de Dios. Más tarde, nos uniremos
totalmente con Cristo entregado, comiendo su Cuerpo. Incluso en la Palabra
atisbamos la acción de gracias, ya que la aceptación de las obras salvadoras
realizadas por Dios nos lleva a agradecerle y a alabarle.
La Palabra tiende al sacramento, donde encuentra su plena realización. El
sacramento tiene su sentido total si se celebra desde la Palabra. Ambas están
tan unidas que constituyen un solo acto de culto (SC 56).
¿Hay que leer todas las lecturas?
En muchas celebraciones se suprime una de las dos primeras lecturas. Las
razones que se aducen son:
- hay mucha palabra y no se entienden,
asumen, si son tres, utiliza un lenguaje
lejano, y es mejor no aturdir a la gente con tanta lectura,
- la primera y la segunda tocan temas diferentes,
- no se puede hacer una homilía breve tomando en consideración las tres,
- la gente no aguanta, etc.
No obstante, antes de suprimir alguna lectura habría que tener en cuenta
estos dos criterios:
1. El valor de la Palabra no proviene sólo de la captación consciente, ni
"repercute siempre con la misma eficacia en los corazones de los que la
escuchan, pero siempre... santifica a los hombres" (OLM 4).
2. la diversidad de temas demuestra que la Palabra tiene entidad por ella
misma. Es una invitación a dejarse penetrar por la Palabra.
¿Se pueden sustituir las lecturas?
Veamos las razones. Esta pregunta supone dos casos distintos: sustituir una
lectura bíblica por otra bíblica o sustituirla por otra no bíblica. Veamos:
1 Sustituir por otra lectura bíblica. Hay casos en que sería pastoralmente
bueno; por ejemplo, en la fiesta del patrón o en los días que se celebre algún
sacramento. En este último caso es bueno pastoralmente. Ahora bien, que un
domingo el Evangelio sea de ese domingo. Hay otros casos, que también se puede
obrar de modo semejante; por ejemplo en casos que una parroquia o sector esté en
asamblea o quiera dar una catequesis sobre algo.
2 Sustituir por otra no bíblica, por un autor moderno. La respuesta es que
no, porque los textos de la Escritura son textos constituyentes de fe, ahí está
nuestra fe, y ningún otro autor puede pretender serlo. Esto no obsta para que en
algún caso se pueda leer algún texto, pero siempre como comentario a la Palabra
de Dios.
El Leccionario
El Vaticano II había pedido que "se abrieran más ampliamente a los fieles los
tesoros bíblicos" (SC 51).
El Leccionario más antiguo de la Iglesia romana, que contenía epístolas
(primeras lecturas) y evangelio (sólo se hacían dos lecturas), data del s. VII.
En este tiempo se hacían sólo dos lecturas. Anteriormente no se conocía el
Leccionario. Se leía capítulos enteros directamente de la Biblia.
El nuevo Leccionario sustituye, por lo tanto, a un libro que había servido a
la comunidad durante doce siglos.
Los leccionarios se prepararon con tiempo y con la colaboración de los
mejores escrituristas del mundo entero.
Los trabajos comenzaron el año 1964, antes determinar el Concilio, al año
siguiente de la publicación de la "Sacrosanctum Concilium". Se trabajó en dos
frentes:
Frente histórico: se analizaron los leccionarios de la Iglesia partir del
siglo IV hasta el siglo XIII. Después de este siglo, los leccionarios fueron
disminuyendo su contenido bíblico. Inmediatamente se estudiaron los leccionarios
de los protestantes, porque ellos daban más importancia que nosotros a la
palabra.
Frente bíblico: estudio de la Biblia, para entresacar las partes más
importantes. Se seleccionaron los mejores textos. Este estudio nos dio el
contenido central de la Biblia. Cada especialista presentó su propia selección.
Se puso en común y se eligieron los textos definitivos.
Ya tenemos los mensajes centrales de todos los libros de la Biblia, hecha por
los mejores biblistas.
Siguiente paso: seleccionado el núcleo central de la Historia de la Salvación
en estos textos, se distribuyó primero a un equipo de un centenar de catequistas
y pastores; más adelante a 800 expertos y a las Conferencias Episcopales. Se
recibieron 10.000 observaciones. Con todas estas respuestas se elaboraron los
leccionarios. El Leccionario (o los leccionarios) se promulgó el 3 de abril de
1969, cinco años después de iniciarse el trabajo.
¿No será la mejor garantía el pensar que está compuesto por los mejores
"maestros"? Sin duda ninguna, el juicio de estos técnicos sobre los textos
centrales que debe conocer el pueblo de cada uno de los Libros de la Biblia
merece más confianza que la simple opinión nuestra. Por ello, para cualquier
celebración en mejor acudir a los textos de los leccionarios.
Cómo están hoy día los leccionarios
Aunque hoy hablemos de Leccionario en singular, en realidad, hay ocho libros
o leccionarios. Además del Leccionario para los domingos y días feriales (días
entre la semana, que no son días de fiesta para la liturgia), se han publicado
los leccionarios para los santos, para los sacramentos, para misas votivas, para
niños, etc.
Los leccionarios editados últimamente tienen una introducción general llamada
"Ordenación de las Lecturas de la Misa" (OLM). En ella está la doctrina de la
Iglesia sobre la Palabra de Dios.
Estos son los nueve leccionarios actualmente en vigor:
1 Contiene las lecturas para los domingos y fiestas del Señor. Año A.
2 Contiene las lecturas para los domingos y fiestas del Señor. Año B
3 Contiene las lecturas para los domingos y fiestas del Señor. Año C
4 Leccionario para el Tiempo Ordinario
(Tiempo Ordinario se llama al Tiempo durante el año que no es
Adviento-Navidad o Cuaresma-Pascua.). Lectura continuada (Lectura continuada se llama cuando se lee todo el libro de la Biblia de
seguido, de continuo. Un día se lee un texto y al día siguiente se sigue sin
dejar nada. Cuando se dejan partes se dice que es Lectura semi-continua. Esta es
los domingos.) para los
días feriales (Días feriales o ferias, se llaman a los día que no es fiesta
en la Iglesia. Fiesta en la Iglesia, no es lo mismo que fiesta en lo civil. Hay
muchos días de santos que son fiesta. Estos días se canta el Gloria.) (ciclo completo)
5 Lecturas del propio (Propio de santos. Algunos santos y santas tienen para la celebración de
la misa textos propios de ellos. Por esto se dice Lecturas del propio.) y del común (Del común. Se dice porque hay unas lecturas que valen para todos los
santos.) de los santos.
6 Lecturas para las
misas en diversas circunstancias y misas votivas (Misas votivas son aquellas misas que algunos días se pueden celebrar por
alguna necesidad.).
7 Lecturas para las ferias de Adviento, Navidad, Cuaresma y Tiempo Pascual.
8 Rituales. Lecturas para las celebraciones de los sacramentos, Profesión
religiosa, Consagración de vírgenes y Exequias de adultos y niños.
9 Leccionario para las misas con niños en domingos. Es una adaptación de los
leccionarios de los domingos para los niños.
En euskera están todos en un mismo libro, titulado, "IRAKURGAIAK". No se ha
publicado el Leccionario para las misas con niños.
Un consejo
El cristianismo no es una religión del libro. Pero nunca se hablará bastante
del respeto con que conviene manejar el libro de la Palabra, que es tan
importante como el pan y el vino.
Podemos decir sin exagerar que la Biblia es el único libro de la celebración
cristiana. Hasta el misal, tan importante por contener las oraciones de la
Iglesia, es secundario.
Sin embargo, hoy día, se rinde culto a los papeles. Todo o casi todo se lleva
escrito en papeles. Hay que manejar el Libro (Leccionario) con cierta
solemnidad. Los demás libros y papeles hay que manejarlos con suma discreción.
Si hay que deplorar cierta inflación verbal en nuestras celebraciones, ¿no
habrá que deplorar también una inflación del papel?
Incluso es mucho mejor no usar el misal de los fieles. La experiencia
demuestra que cuando la asamblea tiene el texto a la vista y las condiciones de
comunicación son buenas, su interés se estimula.
|