Miércoles de Ceniza
JI 2,12-18
Sal 50
1 Cor 5,20-6,2
Mt 6,1-6; 16-18
1. Situación
La Cuaresma comienza
abruptamente, como cuando en la vida tranquila y acomodada aparece de
repente un acontecimiento que te trastorna (la muerte por accidente, un
embarazo imprevisto, la aparición del amor, la noticia de un trabajo
nuevo...).
La primera reacción suele
ser de desconcierto. Más tarde, si la experiencia es positivamente
integrada, posibilita un nivel más hondo de vida.
2. Contemplación
El símbolo de la
desacomodación no puede ser más chocante en el mundo en que vivimos: la
Ceniza.
«Conviértete y cree en
el Evangelio». Es hora de tomar conciencia del acontecimiento máximo,
capaz de revolucionarlo todo, la muerte y resurrección del Hijo de Dios
por nosotros.
«Recuerda que eres
polvo», es decir, tu condición humana de finitud y muerte. Así de
claro, en una sociedad que enmascara angustiosamente lo más evidente:
que nada es definitivo, que la muerte nos habita.
El profeta Joel nos da un
aldabonazo.
Pablo nos dice la suerte
que tenemos de pertenecer al tiempo de la Gracia. Es el Señor el que se
vuelve a nosotros, se convierte a nosotros, ofreciéndonos la vida y la
salvación. Ya que no nos mueve nuestra realidad, pues estamos ciegos,
¡Dios mismo se adelanta con su amor!
Jesús nos indica las
actitudes propias para este tiempo de Cuaresma, ya que los humanos somos
capaces de transformar lo mejor (la Gracia salvadora de Dios, la
celebración de la Muerte y Resurrección) en lo peor (en prácticas de
piedad y de penitencia para comprar a Dios y ser vistos por la gente).
La Palabra de Dios es tan
rica que más vale detenerse en uno o dos puntos nucleares, por ejemplo,
algún versículo del salmo 50, tan expresivo.
3. Reflexión
El objetivo espiritual de
este día es claro: llamada a la conversión, que significa cambio.
Pero, ¿qué cambio?
Algunos, cada vez que
llega la Cuaresma, tienen ya montado su cambio, con algunos retoques
para variar. Por ejemplo, dejar de fumar hasta el domingo de
Resurrección, o ajustar más sanamente la dieta alimentaria. O deciden
hacer algo especial: unas horas con los ancianos, un poco de lectura
espiritual a la semana, algún acto penitencial, misa diaria.
Otros se dan cuenta de
que la conversión implica a la persona entera y se plantean seriamente
qué hacer para ser mejores y más solidarios, más generosos y menos
egoístas. Pero sólo ven el lado de su responsabilidad. Conversión
controlable, a la medida de sus deseos de autojustificación.
La sabiduría de la
conversión evangélica es mas simple y radical al mismo tiempo.
-Convertirse a la Buena
Nueva del amor infinito de Dios revelado en el acontecimiento único de
Jesús, muerto por nuestros pecados y resucitado para nuestra
justificación.
¿Palabras que no te dicen
nada? Señal de que todavía tu conversión es poco cristiana. Quizá tu
Cuaresma haya de consistir en esto: en enterarte de lo que ocurrió bajo
Poncio Pilato y que sigue vivo ahí, en la Iglesia, celebrado cada
domingo.
- Convertirse a la verdad
última de mi ser hombre hoy: que todos y cada uno estamos bajo el poder
del egocentrismo y la mentira, el pecado y la muerte, que respecto a lo
esencial (amor generoso, humildad de verdad, aceptación de la finitud)
no podemos absolutamente nada sin la gracia de Dios.
4. Praxis
Por eso te propongo un
plan de vida ordinaria: Este año no hagas nada especial que hayas hecho
otros años. Dedica los primeros domingos a reflexionar sobre el tipo de
conversión que nos propone la Palabra de Dios, y vete unos días de
retiro, a mitad de Cuaresma, a un lugar tranquilo, con estos dos puntos:
- Dame, Señor, un
corazón nuevo.
-Señor, ¿qué quieres
que haga?
Primer domingo
de Cuaresma - A
Gén 2,7-9; 3,1-7
Sal 50
Rom 5,12-19
Mt 4,1-11
1. Situación
¿Qué nos impide
convertirnos a Dios y vivir como cristianos, al estilo de Jesús? Es
frecuente sentirse desconcertados ante esta pregunta: Por un lado, no
hacemos nada malo (no matamos, no robamos, cumplimos con nuestras
obligaciones...); por otro, en cuanto nos detenemos a pensar, ¡nos vemos
tan lejos del ideal cristiano de vida! Y sin embargo, ¿qué hacer? Algo
nos dice por dentro que añadir prácticas de piedad o de caridad sólo
sirve para engañarnos a nosotros mismos.
El domingo de hoy nos
coloca ante un símbolo altamente expresivo: el desierto como lugar de
prueba.
2. Contemplación
En un momento capital de
su vida, cuando ha tomado conciencia de su vocación mesiánica (el
bautismo en el Jordán), Jesús se retira al desierto.
El diablo representa el
lado seductor de la prueba. Si la tentación se hubiese presentado en
forma burda, como afán de dinero, dominio o prestigio... Pero se
presentó de forma solapada e indirecta, mediante razones espirituales,
para dar gloria a Dios, para realizar el provecto salvador de Dios, como
una forma de fidelidad a la propia vocación mesiánica. ¡Qué sutileza en
la segunda tentación: la fe en Dios es usada como un modo de
controlar el poder de Dios!
Israel (Gén 2-3) ya
meditó ampliamente en el Antiguo Testamento sobre el pecado-raíz del
hombre. La lucha por el poder entre los sexos, el fratricidio de Caín o
la insolidaridad entre los hombres nacían de la profundidad del corazón:
la finitud no aceptada, la pretensión de ser como Dios, el deseo
megalomaníaco de controlar la existencia.
Pablo, en Rom 5, nos
presenta la contraposición entre el viejo Adán, es decir, cada uno de
nosotros, cerrados sobre nosotros mismos, y el nuevo Adán, Cristo, que
vino a hacerse solidario con todos nosotros, e inauguró con su
obediencia al Padre la nueva humanidad.
Mira a Jesús: sus
actitudes, dónde fundamenta su vida, cómo Dios tiene primado absoluto en
su vida... El te abre el camino de la aútentica conversión.
3. Reflexión
A la luz de la Palabra de
Dios, volvemos a la pregunta inicial: ¿Qué nos impide convertirnos?
Hemos de buscar la respuesta en aquello que nos resulta más seductor, la
tentación de los «buenos».
a) Los que cumplen,
pero «sin pasarse», se sienten seducidos por «lo que domina en el mundo,
los apetitos desordenados, la codicia de los ojos y la grandeza humana»
(1 Jn 2,15).
Cuando eres joven, y
seguir el camino cristiano te parece cosa de tontos. Cuando, a los 40,
echas en falta cosas no vividas, y lo achacas a tus principios
cristianos. Cuando en tu vida aparece una «ocasión que aprovechar» (dinero
fácil, subir la escala social usando ciertas influencias, etc.). Cuando
te quejas de que la vida a otros les haya ido tan bien.
b) Los que optan
decididamente por una vida cristiana coherente, pero no han aprendido a
discernir entre sus deseos y los de Dios. No han aprendido porque
siempre pusieron por encima de la voluntad de Dios sus propios deseos,
eso sí, altamente espirituales y comprometidos.
Cuando se impacientan al
ver que el prójimo no cambia como ellos quisieran. Cuando utilizan la
Palabra de Dios como arma de influencia ideológica y social. Cuando se
dedican a la oración buscando más autoplenitud que aceptación de sus
limitaciones. Cuando las opciones de austeridad y pobreza son un modo de
controlar la obra de la Gracia. Cuando la solidaridad con los pobres
acumula resentimiento contra los ricos.
4. Praxis
Pide a Jesús estos días
insistentemente que te dé su Espíritu para identificarte con la actitud
que fundamenta sus opciones de vida y desde la que va descubriendo, poco
a poco, los caminos de realización de su vocación mesiánica: la
obediencia a la voluntad del Padre.
Ahí está el secreto de la
verdadera conversión frente a las seducciones de todo tipo, materiales o
espirituales.
Pero distingue: No se
trata ahora de averiguar qué quiere Dios en concreto de ti (eso lo irás
averiguando, como Jesús, a través de los acontecimientos), sino de hacer
tuya la actitud de disponibilidad a Dios, de preferir su voluntad a tus
deseos y proyectos, incluso los mejor justificados evangélicamente.
Trabaja interiormente por
personalizar esa actitud en actos sencillos de confianza y entrega,
cuando estás en la cocina, o en la oficina, o en la calle.
Segundo
domingo de Cuaresma - A
Gen 12,1-4
Sal 32
2 Tim 1,8-10
Mt 17,1-9
1. Situación
Deseamos convertirnos,
pero tenemos miedo. El camino no es de rosas. No lo fue para Jesús, ni
para sus discípulos.
El miedo nos acobarda.
Lo peor de todo no es que
tengamos miedo, sino que el miedo sea algo difuso, sin un perfil
concreto. En efecto, no sabemos a qué tenemos miedo. Nos refugiamos en
él, a modo de mecanismo de defensa.
La solución no está en
hacernos los fuertes. Cuando el punto de referencia es el Crucificado,
cuando el Mesías nos dice (leer Mt 16,21-28) que «hay que perder la
vida para ganarla», más vale ser realistas y quedar desconcertados
como Pedro y los discípulos.
2. Contemplación
La Transfiguración es la
respuesta de Dios-Padre al miedo de los discípulos y de Jesús mismo. Hay
que suponer que Jesús no sabía de antemano su destino trágico en el
Calvario. Lo fue descubriendo a la luz del rechazo de su mensaje. Por
eso, se retiró al monte con sus íntimos, porque tenía miedo y quiso
encontrar en el Padre luz y fortaleza. Después de oración prolongada,
los discípulos vieron cómo salía transfigurado, convertido en un hombre
nuevo, decidido a subir a Jerusalén, asumiendo hasta el final las
consecuencias de su vocación mesiánica, iluminado por la certeza
interior de que estaba en buenas manos, en las de Dios, su Padre.
De este modo Jesús
consumaba la historia de la fe, iniciada con Abrahán (primera lectura).
Todos los grandes testigos de Dios aprendieron a creer abandonando sus
seguridades y fiándose de las promesas de Dios, más allá de sus
previsiones (leer Heb 11).
Igualmente, los
discípulos de Jesús: Pablo y Timoteo (segunda lectura). Allí donde el
Señor nos coloca, allí nos espera, fuertes y fieles, apoyados en la
certeza que nos da el Evangelio del amor de Dios revelado en Cristo.
3. Reflexión
¿Cómo pasa el creyente
del miedo, que se defiende, que no se fía, que no se entrega a la
voluntad de Dios, a la fortaleza interior capaz de asumir con decisión
el sufrimiento actual o el previsible?
El miedo defensivo
aparece en la incapacidad para salir de nosotros mismos. Por eso, el
secreto de la fortaleza no está en afirmarse, sino en poner la mirada en
la Roca firme, el Señor.
No es bueno querer
superar el miedo. Esa crispación impaciente delata angustia. Más vale
sentirlo, permitirse ser pequeño, y, puesta la confianza en Dios,
adherirse a su voluntad.
Este aprendizaje es
esencial para la libertad interior. Hay que hacerlo en acto de oración.
Entregarle a El nuestro miedo y dejar que El nos fortalezca por dentro.
Normalmente no se logra a la primera. A veces es una lucha tensa.
Cuidemos bien este punto:
A nosotros nos suele preocupar el lograr la paz, el sentirnos fuertes.
Lo esencial es la confianza en obediencia.
Confiar sin estar
dispuesto a hacer su voluntad sólo crea una paz inconsistente.
Obediencia sin confianza viene a ser voluntarismo crispado. Cuando la
libertad personal se adhiere afectivamente, porque confía, entonces
brota la paz que fortalece por dentro, signo luminoso que transfigura
nuestros miedos.
Importante: Esta paz no
elimina siempre el miedo; se da a un nivel más hondo.
4. Praxis
Dedica un tiempo de
silencio a hacerte consciente de tus miedos, y haz oración con ellos.
Pero como Jesús, poniendo tu mirada en el Padre, confiando y
entregándote a su voluntad.
NOTA: Hay creyentes que,
al hacer estos ejercicios espirituales, experimentan un crecimiento de
su angustia. Y no porque se resisten a hacer la voluntad de Dios. Al
contrario, experimentan que su voluntad racional dice a Dios que sí,
pero su afectividad no confía, no logra la paz de fondo. En estos casos,
es probable que la imagen inconsciente de Dios sea negativa o
ambivalente. La confianza en Dios está mediatizada por el miedo a Dios.
Hay que vivir un proceso
previo de reestructuración sicológica y espiritual de la imagen de Dios,
o aprovechar este momento de angustia para una experiencia nueva de
confianza.
Tercer domingo
de Cuaresma - A
Ex 17,3-7
Sal 94
Rom 5,1-8
Jn 4,5-42
1. Situación y
contemplación
Ponte en el lugar de la
samaritana. Vas por agua y te has encontrado con Jesús, cansado, junto
al pozo. El corazón del hombre, simbolizado por la mujer; el pozo
misterioso; Jesús, fuente de agua. ¡En esta escena se refleja cada una
de nuestras vidas, la humanidad entera!
La mujer busca agua
porque tiene sed. Como cada uno de nosotros. Sólo más tarde nos daremos
cuenta de que en nuestra sed (de felicidad, de reconocimiento, de
plenitud, de salvación) estaba El, dándonos sed de algo más grande, cuyo
secreto le pertenece.
¿Qué sed honda hay en ti
que te hace estar insatisfecho? ¿Tiene algo que ver con Dios?
El diálogo entre Jesús y
el corazón del hombre/mujer parece un diálogo de sordos. Jesús habla del
agua del Espíritu Santo, reservada para la venida del Mesías, la que
transforma al hombre por dentro y le hace vivir la relación con Dios «en
espíritu y en verdad». La mujer no entiende, porque lo esencial sólo se
entiende cuando uno nace de nuevo, cuando se produce una iluminación
interior; pero ella es auténtica, y ha comenzado a desear sin entender,
a pedir el don que Jesús promete.
No basta desear, pues
siempre deseamos en función de nuestras necesidades o de nuestras
expectativas. Por eso hay un momento clave en este proceso de
transformación interior: cuando te dejas juzgar por Jesús y te
encuentras, desnudo, ante tu propia verdad. En efecto, «has tenido
cinco maridos», pero amor verdadero sólo es el que nace de Dios, el
que se recibe de Dios como don y fuente, que no depende de nuestros
deseos, ni esfuerzos, ni buenas obras, ni expectativas de felicidad.
Vivir del don en cuanto
don. En eso consiste la fe, la adoración de Dios en Espíritu.
La verdadera conversión
está en este paso del deseo a la fe, en ser sobrepasados por la Gracia.
Paz del corazón, que no vive de deseos, sino de humilde agradecimiento.
2. Reflexión y praxis
Si entiendes la pagina
anterior por experiencia propia, entonces tienes el agua del Espíritu en
tu corazón. Que esta Cuaresma te sirva para no alejarte de dicha
experiencia, ya que está siempre amenazada por la tendencia a
apropiarnos del don de Dios o a volver a nuestros viejos esquemas (a
vivir de deseos y de esfuerzo moral, buscando siempre autojustificación
o autoplenitud).
Si no la entiendes, te
habrá desconcertado. Quieres respuesta concreta, una solución: ¿Qué hay
que hacer para vivir del Don?
No hay nada que hacer,
pues en este caso sería obra nuestra, y nosotros seríamos la fuente.
Tampoco es algo meramente
pasivo. Lo que hay que hacer es abrirse al Don, aprender receptividad, y
por desgracia no estamos acostumbrados a plantearnos la vida desde el
Don que recibimos. Por ejemplo:
- Ser consciente de esta
contradicción: que el deseo de algo mejor en cualquier terreno, el
humano (más justicia y paz), el moral (perfeccionamiento en las virtudes)
o el religioso (búsqueda de unión con Dios), es bueno; pero que
necesariamente nos conduce a apropiarnos la existencia, pues se alimenta
de la ilusión de que el hombre puede alcanzar su propia plenitud.
- Mirarle a Jesús,
escuchar la promesa de otro Don, hecho a la medida del corazón de Dios,
no de nuestros deseos estrechos, y desearlo pidiendo, sabiendo que es
pura Gracia, que no tenemos ningún derecho, maravillados de que haya
venido a dárnoslo, agradecidos.
- Creer en el amor de
Dios, sin más, sin medirlo por nuestras buenas obras, quedar
boquiabiertos ante ese don de su amor. ¿Por qué a mí, por qué a mí?
- Vernos pobres pecadores,
esclavos de fuerzas oscuras y situaciones sin salida, y experimentar que
El se acerca a nosotros sin imponerse, que nos lleva suavemente a la
verdad que nos angustia o culpabiliza, que nos habla al corazón haciendo
suyo el peso de nuestra existencia...
La Cuaresma y la Pascua
ponen ante nuestros ojos el amor desbordante de Dios, que está creando
un mundo nuevo. Si supiésemos abrirnos al Don, y percibir su fuerza
salvadora...
Celebración
penitencial
1. Pertenece a la
conversión cristiana, celebrada comunitariamente en la Cuaresma, vivir
el perdón de Dios, el sacramento de la reconciliación o penitencia.
2. Si los domingos
anteriores ha sido bien planteada la conversión, traerá en consecuencia,
sin duda, un nuevo modo de confesarse.
¿Cómo crees que deberías
confesarte si has de ser coherente con tu proceso actual de conversión?
3. Comencemos por
reflexionar sobre la experiencia del pecado:
- Hay una culpabilidad
malsana, ligada a nuestra necesidad de autojustificación y orden. Dios
es visto como juez que aprueba o desaprueba.
En este caso, la
confesión es una práctica religiosa que cuesta sacrificio y, por eso,
repara de algún modo la falta cometida. Las palabras de la absolución
nos dan la seguridad de ponernos de nuevo en orden.
La relación de fe con
el amor salvador de Dios ha quedado objetivada, reducida a una mecánica
que tranquiliza la conciencia culpable.
- Hay otra culpabilidad
insuficiente, ligada a procesos de autonomía humana. Como uno ha tenido
que librarse de sistemas normativos para descubrir la moral de los
valores o de las actitudes, no sabe cómo confesarse. Si encuentra un
cura que le entiende, formula actitudes generales (soy egoísta, mi
sentido de la justicia es demasiado interesado, etc.).
El paso del sistema
infantil a éste, más adulto, es positivo. Pero insuficiente. Todavía nos
arrogamos la última palabra.
- Descubrir el pecado a
la luz del amor de Dios manifestado en Jesucristo, muerto por nuestros
pecados.
Esta experiencia de
pecado nos llevará a una situación límite: que cada vez nos veremos más
pecadores y no podremos justificarnos.
Ver lo cerrados que
estamos al Amor Absoluto. Incapacidad de amor desinteresado con el
prójimo.
Mentira de nuestra vida
acomodada y defensiva. Resentimientos ocultos y tenaces.
Montajes de falsas
seguridades de todo tipo. Afán por dominar la vida.
Ambición espiritual,
como si tuviésemos algún derecho ante Dios.
4. No se trata de
aprender una nueva lista de pecados, sino de experimentar que no tenemos
justificación posible ante nuestra conciencia. Así que mi vida se ve
abocada a una alternativa última:
-O me defiendo de esta
luz, dominado por la angustia.
-O me dejo justificar
gratuitamente por Dios, liberándome de la necesidad de verme bueno y de
estar en orden según la ley de Dios.
5. Sería importante que
tu conversión cuaresmal fuese celebración reconocida y agradecida de la
Gracia. Para ello:
- Después de haber
descubierto en ti los fondos de pecado a los que hemos aludido, descubre
lo que Pablo dice de la justificación por la fe sin obras. Lee y medita
en los caps. 3-8 de la carta a los Romanos.
- ¡Ojalá el Espíritu
Santo te ilumine por dentro y tengas la experiencia inolvidable de verte
más pecador que nunca y con una paz misteriosa que te libera de
culpabilidades malsanas y de autosuficiencias engañosas!
6. Esta experiencia del
perdón es especial. Otras veces era un consuelo haber confiado en la
misericordia de Dios; pero la vida seguía igual, buscando aprobación de
Dios y justificándola con tus buenas obras. Ahora el perdón te ha
llegado más hondo, a fundamentar tn vida en la Gracia, a conocer la
acogida incondicional de Dios y, por lo tanto, a no necesitar estar en
orden.
NOTA: Hay creyentes cuyo
sentido de culpa está tan marcado por su pasado malsano que necesitarán,
quizá, enfrentarse al tema del pecado teniendo en cuenta sus dimensiones
sicológicas.
Hay también creyentes que
han perdido todo sentido del pecado. En este caso, se encontrarán con
dificultades graves a la hora de celebrar la Cuaresma. Tendrán que
plantearse cómo descubrir el pecado sin caer en viejos esquemas
moralistas.
Cuarto domingo
de Cuaresma - A
1 Sam 16,6-7.10-13
Sal 22
Ef 5,7-14
Jn 9
1. Situación y
contemplación
Suele ser frecuente entre
los piadosos y comprometidos lo que dice Jesús a los fariseos:
Si estuvierais ciegos,
tendríais pecado; pero como decís que veis, vuestro pecado persiste.
Solemos justificarnos
diciendo que tenemos buena voluntad. Y es verdad; ¿qué podemos hacer,
sino abrirnos? Pero la buena voluntad a veces es una tapadera; no es una
actitud de apertura, sino la resistencia sutil de quien se ha hecho su
hueco, y dentro del hueco está el fomentar sentimientos piadosos y obras
de misericordia para que nada cambie.
La experiencia del ciego
de nacimiento (Jn 9) del Evangelio de hoy es un verdadero nuevo
nacimiento. Fuera y dentro del cristianismo se conoce esa iluminación
que «da la vuelta al calcetín», y lo resitúa todo. Teológicamente,
corresponde al bautismo (simbolizado en el relato por el lavado en la
piscina y la confesión de fe en Jesús de la conclusión). A nivel de
experiencia, los bautizados hemos de vivir un proceso de iluminación.
Sus momentos más
significativos suelen ser:
- Ese momento en que
notas que has de jugártelo todo en un acto sencillo de fe: «Ve a
lavarte. El fue, se lavó y volvió con vista».
- Sólo sabes que eres
distinto, que ves las cosas con otros ojos; te toca experimentar que los
demás (con frecuencia, los que deberían entenderte, porque siempre han
estado «en el rollo cristiano») no te entienden.
- Esa libertad interior,
tu nueva imagen de Dios, tu jerarquía actual de valores, resulta
chocante.
- Entre lo que ves por
dentro y el mensaje de Jesús encuentras una afinidad luminosa. ¡Está tan
claro el Evangelio! No ya como ideología, sino como vida del hombre
nuevo.
Ahora sabes lo que es
creer en Jesús, lo que significa su persona, cómo su presencia es lo más
real de tu vida.
- Lo más evidente (¡y te
produce tanta alegría!) es que la iluminación no la has hecho tú. Ha
sido, literalmente, gracia.
2. Reflexión y praxis
Nos estamos moviendo en
una zona no objetivable, en los niveles propios de la conversión
teologal. La moral la controlamos: propósitos, quehaceres... La teologal
se nos escapa.
-Si te produce ansiedad o
desazón, es que todavía crees que ser hombre nuevo depende de ti. Ahí
está el pecado de los buenos, en la autosuficiencia que se resiste a
confiar.
Queremos controlar porque
no creemos en el amor fiel de Dios. Nos importa asegurar lo que deseamos,
en vez de abandonarnos en Dios.
- Si has tenido un golpe
de luz (suele ocurrir), en que has entrevisto otro modo de vivir, pero
se te escapa, a pesar de tu esfuerzo por retenerlo, no te inquietes;
volverá.
Más vale pedir y
confiar.
Cuida de estar abierto a
esa luz nueva. Para ello, dedica una temporada amplia a leer y orar la
Sagrada Escritura, por ejemplo, con textos en que Dios se te revela con
amor libre y gratuito y en que se habla del hombre liberado: Sal 16(15);
40(39); 103(102); 130 (129); 147; Os 1-3; Jer 2-4; 1s 43-44; 54-55; Lc
15; 18-19; Mt 20; Jn 3; 4; 6; Gálatas entera.
- Quizá hace años tuviste
esta experiencia fundante, y desde ella creíste que se te iba a arreglar
todo, lo humano y lo espiritual. Ahora estás desconcertado, porque
sigues sin resolver tus problemas humanos y tus viejas tendencias a
moralizar y controlar.
No olvides que Dios
cambia el corazón, el centro de la persona, no las tendencias; que la
Gracia da un nuevo sentido a todo, pero no soluciona los problemas.
Proyectamos siempre en
Dios nuestras necesidades infantiles de felicidad y de plenitud
mágicamente dada.
Ahora es necesario
redescubrir la Gracia en el claroscuro de la condición humana, en los
procesos lentos de maduración humana y espiritual. También es gracia la
humildad de lo real y la obediencia concreta a Dios mediante tu esfuerzo
diario.
La diferencia es que
antes hacías depender tu paz de tus logros. Ahora no necesitas eficacia,
sino obediencia de amor y confianza humilde.
Quinto domingo
de Cuaresma - A
Ez 37,12-14
Sal 129
Rom 8,8-11
Jn 11
1. Situación y
contemplación
Cada domingo sentimos más
vértigo, pues la Cuaresma quiere ayudarnos a la conversión propia del
Reino, la que viene dada por la muerte y resurrección del Hijo de Dios.
De ahí la paradoja: que la conversión aparece, cada vez más, como
imposible; y, sin embargo, en esa impotencia, en esa muerte, se revela
la gloria de Dios, el amor que crea vida de la muerte.
Lee despacio Jn 11. No te
pierdas en lo espectacular del milagro. El texto evangélico introduce en
la dialéctica de la fe.
- Por una parte, están
los discípulos, dispuestos a la generosidad, pero torpes y ciegos para
entender el modo de actuar de Dios.
- Por otra parte, Marta,
que aprende a creer a través de lo humano sensible, de la necesidad de
recuperar a su hermano difunto.
- Los judíos, vigilando,
preguntando, y fuera de onda.
- María, que deja hacer a
Jesús, de fe elemental, amorosa.
- Y Jesús, el único que
sabe lo que lleva entre manos: que con esta resurrección va a jugarse su
destino personal, su misión salvadora. La gloria de Dios va a
manifestarse en este milagro, anticipando su propia consumación: su
resurgir de la muerte.
El texto, pues, nos
presenta la correlación entre muerte-resurrección y acto de fe. Somos
llamados a:
- Creer en el Dios que
crea vida de la muerte, el que da sentido al sin-sentido, el que
transforma nuestro pecado en lugar privilegiado de la gloria de su
Gracia...
- Creer, en definitiva,
es encontrarse con la muerte (en todas sus formas: finitud, odio
irracional, negación de Dios, sin-sentido del sufrimiento, poder
tenebroso del mal, muerte de los inocentes...) y sentir que Dios mismo
ha tomado sobre sí nuestra condición humana, llegando más lejos que
nosotros, hasta el final, y encontrarnos con la ternura omnipotente de
su amor, recreándolo todo de la nada.
La primera y segunda
lectura nos hacen ver que no hablamos literariamente, sino de promesas y
realidades de Dios.
2. Reflexión
¿Qué Dios es éste?
¿Qué fe es la nuestra,
que nos hemos hecho un Dios a la medida de nuestras necesidades? En
cuanto Dios no responde a nuestras expectativas, deja de existir para
nosotros.
Y, por desgracia, hay
demasiados cristianos que rezan van a misa, pero, en su fuero interior,
son ateos.
Es menos ateo el que no
cree en la existencia de Dios, pero cree en la victoria del amor sobre
el odio y espera contra toda esperanza en el futuro del hombre, y lucha
(da razón a la vida sobre la muerte), que el que afirma la existencia de
Dios, pero se pasa la vida quejándose de los demás y de sí mismo,
dejando que el mundo se pudra en su insolidaridad, - o desesperando de
su propia capacidad de amor.
3. Praxis
El único pecado, en
definitiva, como suele repetir Jesús en el Evangelio de Juan, es la
incredulidad.
Pide al Señor luz para
descubrirlo:
- Incredulidad es
preferir las propias obras al amor gratuito de Dios.
- Y medir al hombre por
etiquetas preestablecidas (morales, religiosas, éticas, culturales...).
«Los otros», que no tienen remedio.
- Y utilizan lo religioso
corno arma para controlar a Dios y la salvación-condenación.
O aferrarse al propio
pecado e impotencia para no abrirse a la acción de Dios. Grita al Señor
como el padre del niño epiléptico:
¡Creo, pero ayúdame a
tener más fe!
Vuelve a leer las
lecturas de este domingo y verás cómo ha cambiado tu interpretación. Te
sentirás interpelado a niveles más hondos, en la calidad misma de tu fe.
¡Cuánto nos cuesta
comprender que convertirse consiste en creer! Así comenzamos la Cuaresma:
¡Conviértete, y cree en el Evangelio!