1.- La Cuaresma tiene mala Prensa
La Cuaresma
tiene mala prensa. Parece que sea un tiempo de tristeza, de depresión, de
privaciones impuestas. Como si después de la fiesta en libertad del Carnaval,
la penitencia cuaresmal quisiera compensarlo.
Lo
sorprendente es que no sólo suele verse así por quienes están alejados de la
comunidad cristiana, sino que también con frecuencia desde dentro de ella
tendemos a considerarla así. No la vemos como un tiempo de ilusión
esperanzada como el Adviento, por ejemplo. Sino como un paréntesis sin
horizonte. Aunque admitamos que es importante para la vida del cristiano, nos
cuesta entender el sentido hondo de esta importancia.
Por eso, la
apuesta, es descubrir la Cuaresma.
Lo
fundamental para vivir, para celebrar, también para ayudar a celebrar estas
semanas cuaresmales, es borrar y superar esta deficiente compresión. Y
descubrir que es todo lo contrario. Que no es un tiempo cerrado en sí mismo
sino abierto a la Pascua, que no es un paréntesis sino un camino. Que si se nos
pide un esfuerzo es para abrirnos más radicalmente a la gran alegría de lo que
expresa la Pascua: el amor sin límites, salvador y renovador, de Dios.
Es verdad que es un tiempo de penitencia, no significa propiamente imponerse
castigos sino convertirse, es decir, abrirse a la gran verdad, al gran amor, a
la gran esperanza que es Dios, el Padre que nos ha revelado y comunicado Jesús,
quiere vivir en nosotros por su Espíritu.
Por eso, no
es de extrañar que el prefacio primero de Cuaresma nos hable de lo que la
define: el anhelo de la celebración de la Pascua. Algo que nos causa
alegría y nos pide conversión de corazón. Que nos pide abrirnos más,
mucho más, al amor de Dios y al servicio de los hermanos. Y cuya meta es
avanzar en la comunión filial con Dios, un camino que se basa y se expresa en
la celebración de los sacramentos que dan vida nueva.
Concedes a tus hijos
anhelar, año tras año, la celebración de la Pascua, con alegría y
conversión de corazón. Para que, dedicados con mayor entrega a la oración
y al servicio de los hermanos, lleguemos a ser con mayor plenitud hijos
tuyos con la celebración de los sacramentos que nos dan nueva vida. (Según
el prefacio I de Cuaresma)
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2.- La historia de la
Cuaresma
Inicialmente
los cristianos sólo tenían una fiesta: el domingo. Pero no porque aquel
día fuera fiesta civil (que no lo era, era un día como cualquier otro en la
sociedad), sino porque ellos se reunían para celebrar la Eucaristía. Era la
conmemoración -el memorial- semanal de la Pascua del Señor. No como un
simple recuerdo sino como algo actual que daba sentido y fuerza a su fe.
Luego,
pronto, las diversas comunidades cristianas coincidieron en el deseo de
celebrar un día al año, con especial solemnidad, la Pascua. Más o
menos, en los días de la muerte y resurrección de Jesús. Y, también, con la
Pascua judía; y como esta sigue el calendario lunar, por ello sube o baja según
los años.
La gran
celebración anual de la Pascua suscitó una preparación (inicialmente lo que
ahora denominamos Viernes y Sábado Santo). Luego fue una semana, pronto tres
semanas, después cuarenta días. Siempre con esta significación central:
tiempo de preparación para la Pascua y para todo el tiempo pascual (si la
preparación, el tiempo cuaresmal, dura cuarenta días, la celebración, el
tiempo pascual, se alarga a cincuenta días: incluso en la duración se ve qué
es más importante).
¿Por qué se
concretó en cuarenta días, hasta motivar su nombre (del latín cuadragésima,
cuarentena, viene la palabra Cuaresma)? Cuarenta es un número simbólico en
la Biblia (en aquellos tiempos eran muy aficionados a la simbología de los números:
tres, siete, cuarenta...). Está muy presente en los libros del Antiguo
Testamento (por ejemplo, cuarenta días duró el diluvio, cuarenta años
anduvo el pueblo judío por el desierto en el éxodo). Pero, sobre todo, influyó
la narración evangélica sobre los cuarenta días que Jesús vivió en el
desierto, en oración, ayuno y lucha contra las tentaciones, antes de
iniciar su anuncio de la Buena Noticia.
En la Edad
Media, este sentido de preparación exigente pero también gozosa, se redujo en
buena parte al aspecto penitencial: ayuno, privaciones, etc. Quizá es la
causa de la mala imagen de la Cuaresma. Ello ocasionó también que se
adelantara su inicio del primer domingo de Cuaresma al miércoles anterior, el
actual Miércoles de Ceniza, para que fueran realmente cuarenta días de
ayuno (ya que según la tradición cristiana, los domingos no se debe ayunar).
Dos aspectos más conviene tener en cuenta. Uno que
la Cuaresma coincidía en los primeros siglos con el tiempo de más intensa
preparación de los adultos que se bautizarían en la Vigilia Pascual (los catecúmenos
). El otro es que también eran las semanas en que los entonces denominados
"pecadores públicos" -los que por algunos graves pecados habían sido
excluidos de la comunión- se preparaban para su reconciliación en la celebración
comunitaria de la penitencia del Jueves Santo.
3.- Priorizar los fines, valorar los medios
Se dice, con
frecuencia, que lo característico de estas semanas es la limosna, la oración
y el ayuno, practicados según enseñó Jesús (ver evangelio del Miércoles
de Ceniza, Mateo 6,1-6.16-18). Y es verdad, pero no la verdad más honda. Porque
limosna, oración y ayuno están en el nivel de los medios y, en la vida
cristiana,
lo más importante no son los medios sino los fines. Los medios deben ser
camino hacia los fines; quedarse en ellos, contentarse con ellos, es un tentación.
Por eso, con
razón la oración colecta del primer domingo cuaresmal nos señala el fin, el
proyecto y desafío básico de estas semanas: avanzar. ¿Avanzar en qué?
En inteligencia -en conocimiento hondo- y en vida. Como si fuéramos aquellos
antiguos catecúmenos que se preparaban para recibir la gracia renovadora del
bautismo, también nosotros debemos profundizar en lo que significa nuestro
bautismo -nuestro estar sumergidos e injertados en la muerte y resurrección
del Señor y sacar consecuencias para nuestra vida.
Dicho de otro
modo: avanzar en nuestro conocimiento vivencial del Señor Jesús, avanzar en
nuestro modo vivir su Evangelio cada día, sobre todo en nuestra relación con
los demás (y, entre estos "demás", para el seguidor de Jesús
siempre debe haber una especial preocupación por los más necesitados, los más
débiles).
Al celebrar un año más la santa Cuaresma, concédenos, Padre,
avanzar en la inteligencia del misterio de Cristo y vivirlo en
su plenitud.
(Según la oración colecta del primer
domingo de Cuaresma)
Así,
priorizando los fines, hallaremos el sentido de los medios. Por ejemplo:
1. La
limosna
Es
dar de lo nuestro a quien lo necesite. Dar dinero (a través de Cáritas, de
organizaciones de ayuda al Tercer Mundo, etc.).
Dar
tiempo (visitar enfermos, personas que viven en soledad, trabajar en servicios
de voluntariado, de acción social o eclesial). Y, también, no en último
lugar, preguntarnos si no deberíamos actuar solidariamente en alguna tarea
que ayude a construir una sociedad mejor, más justa y fraternal (en una
ONG, en actividades políticas, sindicales, vecinales, etc.).
2. La
oración
Es vivir con más intensidad
personal la relación con Dios. Es buscar momentos tranquilos para la oración
(y, quizá, si en estos días los hallamos, luego continuaremos). Momentos
cotidianos y también algún día de retiro, de abrir puertas al silencio, a
la revisión, a la sosegada escucha de lo que Dios nos dice y pide. Y,
siempre, no limitándonos a lo que nos sale de dentro, sino muy atentos a la
Palabra de Dios, siguiendo la pauta que trazan las lecturas bíblicas de este
tiempo.
3. El
ayuno
Que
significa adquirir libertad, no dejarnos atenazar por gustos y hábitos que
quizá malos no sean pero tampoco son lo mejor (por ejemplo, saber prescindir
de un programa de televisión por un rato de conversación -de saber
escuchar- a la pareja, a los hijos o padres, a los abuelos).
Ayuno que es también ahorro para
dar: ahorro en el comer según la universal práctica religiosa que aquí
deberíamos redescubrir y así compartir con quienes ayunan a la fuerza;
ahorro también de gastos evitables para dar a los necesitados, ahorro de
tiempo para nosotros y así poder dedicarlo a los demás, o a la oración.
Desierto
Puede
parecer sorprendente y fuera de la realidad, que en nuestra sociedad
predominantemente urbana, en la que el casi obsesivo "mirar la televisión"
-como si fuera el pan nuestro de cada día- nos abre a lo que sucede en todo
el mundo pero invade también nuestra intimidad, en esta sociedad tan ruidosa
y masificada, la Cuaresma nos invita a la experiencia del desierto.
¿Qué significa, qué aporta la experiencia del
desierto? Las lecturas bíblicas nos hablan de lo importante que fue para el
pueblo de Israel. Y, también, de la experiencia de Jesús en sus cuarenta días
de desierto antes de iniciar el anuncio de la alegre y gran noticia de su
Evangelio. Pero no es lo más importante recordar estas antiguas aventuras
espirituales. Son ejemplos, referencias, para ayudarnos a buscar, ahora cada
uno de nosotros, qué nos puede aportar una personal experiencia de
desierto.
Es
decir, de hallar espacio y tiempo de silencio, de soledad, de apertura a las
grandes preguntas, a las grandes respuestas, que con frecuencia el ruido, la
prisa, los afanes de cada día nos dificultan buscar y encontrar. Claro está
que hoy, desierto, para la mayoría de nosotros es un símbolo más que una
realidad asequible. Pero vale la pena buscar cómo cada uno puede realizar
esta experiencia de desierto personal.
Para
así escuchar mejor las preguntas y las respuestas que Dios, personalmente,
nos hace y nos da.
4.- Eucaristía, Bautismo, Penitencia
Si el hecho
de no valorar los medios "cuaresmales”, la limosna, la oración, el
ayuno, no buscar el modo personal de adaptarlos a nuestras circunstancias,
sería una tentación, también lo sería quedarse en ellos. Para no quedarse en
ellos, para avanzar, lo decisivo es darnos cuenta que el protagonista en la
Cuaresma no somos nosotros y nuestros esfuerzos. Sino Dios: la acción de
Dios en nosotros, su Palabra que nos guía, su vida, su fuerza, su amor que se
expresa y comunica en la Eucaristía y demás sacramentos.
Por ello, ya que la Cuaresma
es acción de Dios, ya que es el camino que hace con nosotros Jesús, que
inspira y promueve su Espíritu, estas semanas son también no sólo un reto
individual sino comunitario. Es toda la Iglesia como comunión de los
cristianos,
es cada comunidad, la que está llamada a renovarse, convertirse, ponerse en
camino.
Estas claves
para entender la Cuaresma, tiempo de acción de Dios, tiempo de renovación
comunitaria, explican que sea por ello un tiempo sacramental. Es decir, en que
la celebración de la Eucaristía y la valoración de los sacramentos, sobre
todo el bautismo y de la penitencia, debe adquirir una relevancia primordial.
Es verdad que también todo el tiempo de Pascua será
máximamente sacramental, empezando por la Eucaristía de la Vigilia Pascual,
la culminante de todo el año. Pero ello no debe oscurecer que también lo es la
Cuaresma, aunque los matices, el talante, sea distinto en uno y otro tiempo.
En
Pascua dominará la exultante proclamación de la nueva y definitiva realidad
que surge de la Resurrección. Por ello, por ejemplo, cantaremos una y otra vez,
con alegría, el Aleluya.
Ahora, en Cuaresma, dejamos
aparcado el Aleluya, las
flores, o el esplendor de la música instrumental, porque lo que domina es el
talante de preparación, de esfuerzo renovador, de conversión.
1. La
Eucaristía
Como siempre en la vida
cristiana, el centro celebrativo es la Eucaristía, especialmente la del
domingo, aunque bueno será procurar asistir a la diaria, y cuidar su
celebración.
Quizá
más que en ningún otro tiempo litúrgico, las lecturas bíblicas de los
domingos adquieren una importancia luminosa para guiar nuestro reto de
avanzar por el camino de iluminación y renovación que nos conduce a la
Pascua del Señor y nuestra.
Son
celebraciones con una cierta austeridad, en las que conviene subrayar el acto
penitencial, la oración universal que incluya alguna petición por los
pecadores necesitados de conversión (los pecadores que somos todos nosotros,
sin excepciones). Y cuidar la proclamación de la plegaria eucarística,
valorar la riqueza de prefacios cuaresmales, las plegarias eucarísticas de la
Reconciliación apropiadas para estas semanas, etc. Si la Cruz preside siempre
la Eucaristía, en este tiempo debe notarse más: la Cruz es el signo paradójico
pero nuclear de la Buena Nueva de Jesús, un signo con frecuencia mal
comprendido, como si fuera sólo dolor y muerte, cuando es también victoria,
amor, solidaridad, como dice el evangelio de Juan: "habiendo amado, amó
hasta al extremo". un extremo que es fuente de vida para todos.
2. El
Bautismo
Si
estas semanas eran tiempo de preparación para los adultos que celebrarían el
bautismo en la Vigilia Pascual, ahora lo son para nosotros: para revivir el
sentido y apuesta de nuestro bautismo. No como algo que sucedió en nuestra
infancia, sino como realidad actual. Más que decir "fuimos
bautizados", deberíamos afirmar "vivimos como bautizados".
O sea, nuestro camino de mujeres y hombres seguidores de Jesús, se basa y se
vivifica en el hecho de que estamos sumergidos e injertados en la vida de
Dios, comunión de amor máximamente manifestada en la pasión, muerte y
resurrección de Jesús de Nazaret, el Hijo de Dios.
La
Cuaresma es un tiempo privilegiado para vivir esta realidad y vocación
bautismal.
Para hacerla presente en nuestra cotidianidad, mayormente en nuestra relación
con el Padre y con los demás. Y, así, tendrá sentido la renovación del
compromiso bautismal en la noche santa de la Vigilia Pascual.
3. La
Penitencia
Ese
sacramento que hoy cuesta tanto de celebrar. Aunque sea tan evangélico, pocas
cosas caracterizaron tanto a Jesús como su -en ocasiones escandalosa-
acogida a los considerados pecadores, su generosidad en el perdón, desde la
adúltera que condenaban los bienpensantes hasta el supuesto
"buen" ladrón que fue sorprendentemente canonizado en la basílica
del Calvario.
De
ahí que nos convenga a todos redescubrir el sacramento de la penitencia, de
la Reconciliación, como personal abrazo misericordioso del Padre. Que no se
fija tanto en las culpas como quiere ayudarnos a cambiar y progresar, en
camino hacia la gran fiesta de comunión que Él convoca. Recordemos la parábola
mal llamada del hijo pródigo que más es del Padre de amor sin condiciones.
Desde
el inicio de la Cuaresma, esta convocatoria a la reconciliación debe estar
presente, también, como ya hemos dicho, en las Eucaristías dominicales. Pero
específicamente en celebraciones penitenciales, tanto comunitarias como
individuales. Y que cada cristiano, según su situación e historia, pueda
escoger su tipo de celebración del sacramento. Que no es un "trágala"
impuesto por la Iglesia sino un encuentro cordial con el Padre de bondad.
5.- Las etapas de la Cuaresma
Prólogo
El Miércoles
de Ceniza y los tres días antes del primer domingo. Es un inicial ponernos
en sintonía con la llamada a la conversión, a la mejora que significa el
camino cuaresmal hacia la Pascua.
Primera etapa
El primer
y segundo domingo, con sus dos semanas. Es el inicio de la subida del camino
cuaresmal hacia la montaña, la culminación, de la Pascua.
Ya que la Cuaresma es larga, pastoralmente convendrá
no gastar los cartuchos, no acelerar, en esta primera quincena, que viene
definida por los temas evangélicos de sus domingos: en el 1º la narración de
la lucha y oración de Jesús en el desierto, su Cuaresma, nos presenta el
modelo, si él lo hizo, cómo no nosotros.
En el 2º la
narración, también simbólica, de la Transfiguración. Es la meta hacia la que
se dirige nuestro esfuerzo cuaresmal, la glorificación pascual, con la
decisiva indicación del Padre: "Este es mi Hijo amado:
escuchadle". ¿Sabemos, cada uno de nosotros, toda la Iglesia,
escucharle?
Segunda etapa
Las restantes
semanas, los domingos tercero, cuarto y quinto. La etapa decisiva para el camino
hacia la comunión con Jesucristo en el misterio de su muerte y resurrección.
En estas semanas debe acentuarse el esfuerzo
comunitario por vivir en tensión cuaresmal. Las propuestas pueden ser diversas,
atentas a las distintas posibilidades y mentalidades (oración, vía crucis,
etc). Pero confluyentes en el núcleo del plan de Dios que es el que nos
presenta los tres evangelios de los domingos del ciclo A (los evangelios de la
catequesis bautismal). Su centro es siempre Jesús, Dios con nosotros. Como
respuesta a los más profundos anhelos humanos: él nos da el agua que nos
fertiliza,
la luz que rompe con nuestra tiniebla, la vida para ahora y para siempre.
Epílogo
O quizá
mejor, llegada a la meta.
Ya dentro de
lo que suele dominarse Semana Santa, desde el Domingo de Ramos hasta la mañana
de Jueves Santo. En estos días ya domina la rememoración de la Pasión del Señor.
Nosotros hemos procurado situarnos en sintonía de renovación con el
Evangelio: ahora toca, sobre todo, abrirnos a la contemplación de cómo Jesús
vivió, sufrió, amó en sus últimos días.
Alianza
Las
primeras lecturas de los domingos de Cuaresma se refieren con frecuencia a la
Alianza. Es decir, al mutuo compromiso y donación que teje la historia que
nosotros denominamos el Antiguo Testamento.
La
iniciativa es de Dios, que se da a conocer, propone, y asegura su fidelidad.
La respuesta es de su pueblo que acepta, se compromete y sabe que debe ser
fiel para dar fruto y que, cuando no lo es, también es capaz de arrepentirse
y luchar para recuperar el buen camino.
Y,
cada domingo, o cada día cuando llega el momento culminante de la Eucaristía,
escuchamos como Jesús, en su despedida, en su testamento, en su Misa, asume y
renueva y mejora esta historia de Alianza. Y asegura que el cáliz de su
sangre, de su entrega total, es sangre de la alianza nueva y eterna por
nosotros y por todos.
Las
semanas de Cuaresma son invitación a sumergirnos y revivir esta oferta de
Alianza, de comunión que Dios hizo, hace y seguirá haciendo.
La
respuesta es apuntarse cada vez más, más de verdad y hondamente, a asumir
nuestra parte en esta alianza, porque toda alianza siempre es cosa de dos.
6.- Las lecturas bíblicas de estos domingos
Son muy importantes para
comprender qué es y cómo
vivir la Cuaresma. Tienen una organización muy propia de este tiempo, enraizada
en la antigua tradición litúrgica pero, al mismo tiempo, llena de mensaje
actual.
Primera lectura
Del
Antiguo Testamento, como es habitual en todos los domingos, menos el tiempo de
Pascua. Pero ahora no como preparación del evangelio, sino con un
itinerario independiente.
En
estos cinco domingos se nos propone un repaso de los grandes momentos de la
historia de la salvación. Es decir, de cómo Dios se hace presente y actúa
en la prehistoria humana, y luego en el pueblo de Israel. Son historias
antiguas pero que trazan un camino que nos revela el estilo de Dios que acompaña
la búsqueda humana hacia la plenitud que se revela en Jesucristo.
Segunda lectura
Son fragmentos de las cartas de
los apóstoles, principalmente de Pablo, que se relacionan con la primera ó
la tercera lectura. Que ayudan a su concreción espiritual.
Evangelio
La
lectura clave siempre y especialmente en este tiempo. Los dos primeros
domingos presenta el inicio y la meta cuaresmal: la lucha de Jesús, en oración
y ayuno, en el desierto antes de iniciar su anuncio de la Buena Nueva; su
Transfiguración, como excepcional revelación de su ser divino y victorioso,
lo que desembocará en la Resurrección.
Y,
en los tres domingos siguientes, los clave de la Cuaresma, escuchamos
evangelios que nos hablan de lo decisivo: lo que es Jesús para nosotros, lo
que él injerta en nuestra vida. Sobre todo en los evangelios propios del
ciclo A, que pueden leerse también en los otros dos ciclos, y que son los que
presidían la última preparación de la catecúmenos en vísperas de su
bautismo en la noche de la Vigilia Pascual. Son textos del evangelio de Juan
que nos hablan de la conversación de Jesús con una mujer samaritana, de su
encuentro salvador con un ciego, y con un difunto, su amigo Lázaro.
Y
el mensaje de cada evangelio es transparente. Jesús, su Buena Nueva, es
agua que da vida, es la luz que guía, es resurrección más allá de
cualquier muerte.
En
el ciclo B de lecturas, los evangelios, también de Juan, de estos tres últimos
domingos, acentúan lo que los teólogos y liturgistas denominan "el
misterio pascual de Jesús". Dicho más llanamente, la salvación/ vida
que nos llega gracias al paso lleno de amor y entrega de Jesús por la cruz,
la muerte... que desemboca en la resurrección.
Y,
en el ciclo C, los evangelios dos son de Lucas y uno de Juan, todos
coincidentes en una invitación a la conversión que no se basa tanto en
nuestro empeño como en el amor misericordioso del Padre que es la gran
revelación de Jesús.
El camino de Jesús
Los
evangelios, especialmente los tres sinópticos, destacadamente el de Lucas,
insisten en la importancia del camino, de la ascensión de Jesús hacia
Jerusalén. En los últimos meses de su vida. Un camino que asume
conscientemente, sabiendo qué sucederá.
Si
su tierra, el lugar de sus amigos y de la mayoría de sus seguidores, había
sido la medio pagana Galilea, al final decide subir a la ciudad santa, a
Jerusalén. Aunque sepa que en ella dominan tos gerifaltes políticos y
religiosos que más se oponen a su anuncio tan sencillo como revolucionario
que apuesta por un Reino de Dios para todos y, muy especialmente, para los más
pobres y menospreciados. Que, sorprendentemente, habla más a los considerados
pecadores que a quienes se creen justos, buenos.
Fue
el camino de Jesús hacia Jerusalén, hacia la revelación final de su amor de
Hijo de Dios para con todos. Y es un camino que la Cuaresma nos ayuda a
revivir. Como camino de Jesús, como camino nuestro.
7.- Resumen final
Hemos de
redescubrir la Cuaresma. No como paréntesis sombrío sino como camino de
renovación personal y comunitaria que nos conduce hacia la plenitud, es
decir, hacia la Pascua, triunfo de toda vida sobre toda muerte.
Redescubrirla
y ayudar a redescubrirla. No es fácil pero es un excelente servicio que todos
quienes trabajamos en cada comunidad cristiana bueno será que asumamos con
esperanza.
Quizá
palpemos poco los resultados, pero la vocación cristiana no pide éxitos sino
verdad y amor.
Ayudar al
seguimiento de Jesús, ayudar a la comunión con su amor. Y no otra cosa es el
mensaje de estas semanas de Cuaresma.
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