CUANDO
LLEGA LA DEPRESIÓN
Comienzo
este Salmo de rodillas. Es tu Salmo, Señor. Tú lo dijiste en la
cruz, en la profundidad de tu agonía, cuando el sufrimiento de tu
alma llevaba a su colmo al sufrimiento de tu cuerpo en último
abandono.
«Dios
mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?"
Son
tus palabras, Señor.
¿Cómo
puedo hacerlas mías? ¿Cómo puedo equiparar mis sufrimientos a los
tuyos? ¿Cómo puedo pretender subirme a tu cruz y dar tu grito,
consagrado para siempre en la exclusividad de tu pasión?
Este
Salmo es tuyo, y a ti se te ha de dejar como reliquia de tu pasión,
como expresión herida de tu propia angustia, como testigo dolorido
de tu encuentro con la muerte en tu cuerpo y en tu alma. Estas
palabras son palabras de Viernes Santo, palabras de pasión,
palabras tuyas. No he de tocarlas yo.
Y,
sin embargo, siento por otro lado que este Salmo también me
pertenece a mí, que también hay momentos en mi vida en los que yo
tengo la necesidad y el derecho de pronunciar esas palabras como eco
humilde de las tuyas.
También
yo me encuentro con la muerte, una vez en mi cuerpo al final de la
vida, y veces sin cuento en la desolación de mi alma al caminar por
la vida en las sombras del dolor.
No
quiero compararme a ti, Señor, pero también yo sé lo que es la
angustia y la desesperación, también yo sé lo que es la soledad y
el abandono. También yo me he sentido abandonado por el Padre, y
las palabras sin redención han salido de mis labios resecos:
«Dios
mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?".
Cuando
llega la depresión, hace iguales a todos los hombres. La vida
pierde el sentido, nada tiene explicación, todo sabor es amargo y
todo color negro. No se ve razón para seguir viviendo.
Los
ojos no ven el camino, y los pies se atenazan en la inercia. ¿Para
qué comer, para qué respirar, para qué vivir? El fondo de la fosa
es el mismo para todos los hombres, y los que han llegado ahí lo
saben.
Sé
lo que es una depresión, y sé que es muerte real en cuerpo vivo.
Abandono total, limite de sufrimiento, frontera de desesperación.
El sufrimiento iguala a todos los hombres, y el sufrimiento del alma
es el peor sufrimiento. Conozco su negrura.
¿Dónde
quedas tú, entonces? ¿Dónde estás tú cuando la noche negra se
cierne sobre mí?
«De
día te grito, y no respondes; de noche, y no me haces caso».
De
hecho, es tu ausencia la que causa el dolor. Si tú estuvieras a mi
lado, podría soportar cualquier dolencia y enfrentarme a cualquier
tormenta. Pero me has abandonado, y ésa es la prueba. La soledad de
la cruz el Viernes Santo.
La
gente me habla de ti en esos momentos; lo hacen con buena intención,
pero no hacen más que agudizar mi agonía.
Si
tú estás ahí, ¿por qué no te muestras? ¿Por qué no me ayudas?
Si tú rescataste a nuestros padres en el pasado, ¿por qué no me
rescatas a mí ahora?
«En
ti confiaban nuestros padres;
confiaban,
y los ponías a salvo;
a
ti gritaban, y quedaban libres;
en
ti confiaban, y no los defraudaste. Pero yo ... ».
Yo
no parezco contar para nada en tu presencia.
«Yo
soy un gusano, no un hombre»,
o
al menos así me lo parece ahora.
«Estoy
como agua derramada,
tengo
todos los huesos descoyuntados;
mi
corazón, como cera, se derrite en mis entrañas;
mi
garganta está seca como una teja,
la
lengua se me pega al paladar;
me
aprietas contra el polvo de la muerte».
Tenía
que llegar yo al fin de mis fuerzas para caer en la cuenta de que la
salvación me viene solamente de ti. Mi queja ante ti era en sí
misma un acto secreto de fe en ti, Señor.
Me
quejaba a ti de que me habías abandonado, precisamente porque sabía
que estabas allí. Muéstrate ahora, Señor. Extiende tu brazo y
dispersa las tinieblas que me envuelven. Devuelve el vigor a mi
cuerpo y la esperanza a mi alma.
Acaba
con esta depresión que me acosa, y haz
que yo vuelva a sentirme hombre con fe en la vida y alegría en el
corazón. Que vuelva yo a ser yo mismo y a sentir tu presencia y a
cantar tus alabanzas. Eso es pasar de la muerte a la vida, y quiero
poder dar testimonio de tu poder de rescatar a mi alma de la
desesperación como prenda de tu poder de resucitar al hombre para
la vida eterna.
Me
has dado nueva vida, Señor, y con gusto proclamaré tu grandeza
ante mis hermanos.
«Me
harás vivir para él, mi descendencia le servirá;
hablarán
del Señor a la generación futura,
contarán
su justicia al pueblo que ha de nacer:
todo
lo que hizo el Señor».
«Contaré
tu fama a mis hermanos,
en
medio de la asamblea te alabaré».
«Lo
recordarán y volverán al Señor
hasta
de los confines del orbe;
en
su presencia se postrarán
las
familias de los pueblos».
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