REFLEXIONES SOBRE LAS LECTURAS
Nota: Lc 19,28-40
19,28-44:
En este relato Jesús aparece como el Mesías pacífico y humilde anunciado por
Zac 9,9-10, frente al Mesías triunfal que era esperado por la mayoría del
pueblo (Lc 19,11). Algunos rasgos de la narración, como el clima de alegría
o el extender los mantos al paso de Jesús, revelan su realeza, por muy
paradójica que sea (1 Re 1,38-40; 2 Re 9,13). Es un anuncio simbólico de lo
que se producirá en su resurrección, cuando Jesús se manifieste como Señor y
Mesías (Hch 2,36). En medio de este momento triunfal de Jesús brotan, sin
embargo, de su boca palabras de condena contra Jerusalén que no ha sabido
reconocer la salvación de Dios.
Nota: Is 50,4-7
50,4-9:
En este nuevo canto del siervo se continúa el tema del ministerio por la
palabra (Is 50,4). Pero también aparecen perfiles nuevos de este personaje
semejantes a los que encontramos en las confesiones de Jeremías: el tema de
la escucha atenta al designio de Dios (Is 50,4b-5), la resistencia ante los
sufrimientos y agresiones que acarrea la misión (Is 50,6-7), y la confianza
absoluta del siervo en la protección y auxilio de Dios (Is 50,7-9), que
contrasta con la actitud del pueblo descrita antes (Is 50,1-3).
Nota: Flp 2,6-11
2,1-11:
Este es el pasaje central de la carta. Para urgir a los filipenses a que se
comporten de manera humilde y servicial, Pablo invoca el ejemplo de Jesús,
citando un precioso himno cristológico. Estamos probablemente en presencia
de un himno que Pablo aprendió en alguna de las comunidades en las que pasó
largos años, y hasta es posible que su origen se remonte a la catequesis
primitiva de san Pedro (véase Hch 2,36; 10,36). Pero Pablo no se limita a
citarlo; lo hace suyo, lo inserta en el contexto y lo completa con adiciones
y reflexiones personales (p. e. la afirmación: y una muerte de cruz).
Es éste uno de los mejores ejemplos de cómo Pablo incorpora a sus cartas
materiales ya existentes marcándolos con su sello personal (véase
Introducción a San Pablo, Claves teológicas). En este himno, aun sin ser
mencionada explícitamente, se percibe la antítesis Adán-Cristo (véase Rom
5,12-17; 1 Cor 15,45-49). Adán, el prototipo del hombre viejo, en su intento
de autodivinizarse, encontró el fracaso y la muerte. Cristo recorre el
camino inverso, no como un destino fatal, sino con absoluta libertad. Su
destino, y el nuestro si seguimos sus huellas, es la glorificación.
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